Desde nuestra asociación damos nuestro más sentido pésame a la familia Carmona por su enorme pérdida y desde aquí queremos recordar la figura del maestro Juan habichuela.
El flamenco pierde al heredero indiscutible de la tradición guitarrística de acompañamiento, y quizá una de las últimas expresiones del toque rancio
La vida y la obra de Juan Habichuela quedaron traspasadas por su experiencia artística y su devoción por el mundo del cante. Esos son méritos que la hemeroteca vienen destacando razonablemente desde hace ya más de siete lustros, pero pienso que podemos apreciar algo más sustancial: con su despedida se va un guitarrista tradicionalmente clásico, apasionado y apasionante, capaz de envolvernos en una ola de placer y estremecimiento físicos, y cuyos ritmos están dados por imágenes y visiones armónicas que difícilmente se borran de la mente del buen aficionado.
Este granadino universal procede de una familia flamenca y gitana que, fundada en la segunda mitad del siglo XIX, arranca con el cantaor y guitarrista José Carmona, más conocido en los ambientes granadinos por ‘Mandeli’, lo que justifica aquel trabajo en solitario que su nieto Pepe Habichuela le dedicó en 1983. La dinastía tuvo continuación en sus hijos Tía Marina, cantaora, y en José Carmona Fernández, guitarrista apodado por Tío José Habichuela que, nacido en Lachar (1909), nos dio su último adiós en Granada a los 77 años de edad. Fruto del matrimonio de éste con Luisa Carmona Campos nacieron Juan (1933), Dolores, José Antonio (1944), Luis (1947), Concha y Carlos (1950).
Si bien los hijos se criaron en la estrechez de un humilde hogar, Juan se hizo bailaor, en tanto que Luis se inclinó por el cante. Empero, aunque a Juan todos los biógrafos lo hacen natural de Granada, lo cierto es que nació en Málaga el 12 de agosto de 1933, lugar donde la madre se puso de parto cuando acompañaba a su marido de vuelta de una actuación en Melilla junto a su tía Marina. Eso sí, tras el parto, a los dos días marcharían para Granada.
Acerca del apodo, se barajan tres hipótesis. Por más que proceda de su baja estatura y su buen gusto en el vestir (‘Míralo, parece una habichuelita’, le decían), hay, sin embargo, quien opina que fue porque imitaba el toque del gran maestro gaditano Juan Gandulla ‘Habichuela’, no faltando, por último, quienes lo hacen originario de la debilidad que el Tío José tenía por estas legumbres y por la insistencia con que se las pedía a su madre.
Sea como fuere, lo cierto es que Juan comenzó de niño acompañando a su padre en las actuaciones del bar El Mesón, hasta que a los 9 años figuró como bailaor y junto a Mario Maya y la guitarra de Juan Maya ‘Marote’. A los 14 años se desplaza a Barcelona para actuar en una fiesta, donde se percata que, tras ver bailar por bulerías a los niños Farruco, Terremoto y El Güiza, el baile no era lo suyo. Y es que cuando le tocó su turno, presto ya para bailar y sentado junto al Pescaílla, se vio obligado a pedirle la guitarra a éste para no soltarla nunca más.
Fue entonces que a su regreso, siguiendo la tradición familiar, se hizo guitarrista, conociendo las primeras posturas y variaciones de su propio padre y recibiendo lecciones de Juan el Ovejilla, con lo que aplicó sus enseñanzas con artistas locales y Fernanda Romero, aparte de realizar sus primeras grabaciones con Rafael Farina el año 1958, incluyendo los populares fandangos ‘Por Dios que me vuelvo loco’.
Un año después contrae matrimonio y debuta en el madrileño tablao El Duende acompañando el baile de su paisano Mario Maya, y después pasó a Torres Bermejas hasta 1961, en que Juan comenzaría una dilatada trayectoria discográfica, pues figura con Manolo Caracol y el Indio Gitano (1962), Jarrito (1963, 1964 y 1965); la ‘Misa del cante grande’ (1966), con Fosforito, El Chato de la Isla y Pepe de Málaga; con Juan el de la Vara; con Fosforito -con el que llegaría a grabar cinco volúmenes-, amén de lo impresionado con El Lebrijano y con Juanito Valderrama, con quien formó parte del elenco de su compañía a finales de los años sesenta y a quien instó a que contratara a un gitanito rubio al que por entonces ya era conocido por el Camarón de la Isla.
En 1964 Habichuela marcha a América con un contrato de seis meses en la compañía de Manuela Vargas junto a un Fosforito recién casado, Naranjito, El Beni, Fernanda, Bernarda y El Poeta, entre otros, para participar en la Feria Mundial de Nueva York, donde a la postre serían recibidos por el senador Edward Kennedy en su residencia de Washington. Y hacia 1970 se incorpora a los festivales andaluces junto a Fosforito, formando ambos un solo cuerpo, una sincronización tan lograda que el primero veía sin poder caminar en tanto que el segundo caminaba sin ver.
Desde entonces sus éxitos suben como la espuma y es, con Melchor de Marchena, Juanito Serrano y José Cala ‘El Poeta, la guitarra imprescindible y la más solicitada, como así se constata en el Premio Nacional Manolo de Huelva, conseguido en mayo de 1974 en el VII Concurso Nacional de Córdoba, o el Premio Nacional de Guitarra, concedido por la Cátedra de Jerez en 1976, galardones que le hacen ser reclamado por las figuras de entonces para la discografía, como Perrate, Fernanda y Bernada de Utrera, Pansequito, Luis de Córdoba, Naranjito o José de la Tomasa, entre los muchos..
Es una década en la que Juan nos va anticipando sus intenciones, esto es, ser un guitarrista de acompañamiento humilde y tenaz, resignado y noble, y con una mirada hacia el flamenco más comprensiva que acusatoria, ya que lo que le interesa mostrar es la solidaridad esencial entre el cante y el toque; en definitiva, la meritoria virtud de no necesitar de grandes alardes para manifestarse.
No obstante, el divorcio con Fosforito le hace entrar en una honda crisis personal y en un período de silencio tan casi total como cruel, fase que se prolongó hasta la llamada de un José Menese en alza con quien llegaría a grabar ‘Mi cante a la esperanza’ (1981) y ‘Ama todo cuanto vive’ (1982), si bien en 1980 grabó con Calixto Sánchez el disco ‘Giraldillo del Cante’.
A raíz de entonces Juan Habichuela recobra la ilusión por la vida flamenca y vuelve a brindar la intensidad y la vibración de sus notas en trabajos con Diego Clavel, Carmen Linares o El Chocolate, lo que le hace entrar en una etapa de madurez reconocida en todos los ámbitos, al par de ampliar su discurso expresivo acompañando a Enrique Morente en su recital del Teatro Real de Madrid junto a la Orquesta Sinfónica de Madrid (1986).
Juan Habichuela empieza a ser considerado, pues, como el heredero indiscutible de la gran tradición guitarrística de acompañamiento, y quizá una de las últimas grandes expresiones del toque rancio que desde la proyección universal del maestro Paco de Lucía empezó a ser abandonado, lo que justifica los innumerables reconocimientos que recibió en el decenio de los noventa del pasado siglo, tal que el II Galardón Flamenco Calle de Alcalá, en Madrid, y en Sevilla el XI Compás del Cante, amén de dedicársele en el mes de marzo de este año de 1995 la XV Semana Cultural de la Peña La Soleá, de Palma del Río, y en 1996 el colosal homenaje que le rindieron en Granada.
A finales de 1996 se le detecta un tumor en el oído, pero ni la quimioterapia le impide afrontar sus compromisos o dar a conocer en 1999 ‘De la Zambra al duende’, su álbum de despedida junto a Alejandro Sanz y su hijo Antonio Carmona, Chano Lobato, Paco de Lucía, Rancapino, José Mercé, Tomatito y su hermano Pepe Habichuela.
Es, a grandes rasgos, la síntesis artística de un indiscutido maestro que demuestra que es uno de los guitarristas de acompañamiento más completo y versátiles de la historia, y con un toque que se caracteriza, de entrada, por reactualizar el ‘rasgueo’, ya que comenzó a utilizar el dedo meñique y a “meter” los cinco dedos; y se destaca por la sobriedad y por no comerle el terreno al cantaor, por lo que se cuidó mucho de no dar un tono mal afinado, ni una falseta larga ni, por supuesto, propender a un virtuosismo gratuito o efímero.
Su dedicación al instrumento y su afición al cante le impulsan, por otra parte, a estudiar al cantaor, a conocer sus movimientos, su respiración, su ideario expresivo, su sentido rítmico y sus tonalidades y matizaciones, para así saber dónde colocar los silencios, cómo prolongarle o acortarle los tiempos y cómo aliviarle con una variación corta que le permita entrar de nuevo en las mejores condiciones canoras.
El misterio de este espejo de virtudes radica, por tanto, en su coherencia, su poderoso aliento de jondura, su seguridad y la perfección integral de su compás, amén de dejar el protagonismo al cante, saber sujetar al cantaor y hacer que cante y toque forme un todo armónico. Para ello, utiliza una expresión pausada y de ejecución precisa y justa, con gran sentido de la afinación y con enormes conocimientos de los estilos, aspectos éstos que le confieren una limpieza melódica y un sonido que le hacen ser distinto. Con su muerte, parafraseando a García Lorca, tardará mucho en nacer si es que nace un andaluz cargado de tantas virtudes.