Fotos : Pablo Segura
La primera semana de la Primavera Flamenca oscense ha resultado ser realmente intensa. Esta décima edición se inició el jueves con la amena y excelente conferencia-concierto del experto José Manuel Gamboa, y el viernes, tras el homenaje a Carlos Saura en el Teatro Olimpia (que contó con su presencia y con la proyección de su filme “Iberia”, inédito todavía en Huesca), el Auditorio del Palacio de Congresos acogió la actuación del bailaor Farruco y su cuadro de baile. Pero antes del inicio de esa actuación, la Peña Bajañí, representada por Enrique Carbonell y Luis Escudero, le hicieron entrega de un trofeo honorífico al realizador oscense Carlos Saura, que no dejó en ningún momento, a lo largo de toda su jornada en Huesca, de firmar autógrafos, de fotografiarse con la gente y de recibir muestras de afecto y cariño de sus conciudadanos.
Resulta curioso pensar que hace algo más de un año, en ese mismo escenario del Palacio de Congresos, en el marco del festival Periferias, hubiera actuado Israel Galván, que representa el polo opuesto a la forma de entender el baile flamenco que tiene Farruco. Son, sin duda, concepciones diametralmente contrapuestas. A la sutileza de Israel Galván, Farruco contrapone la fuerza bruta. A la actitud contenida del primero, el segundo hace surgir su naturaleza salvaje. A las vanguardistas ansias de innovar de Galván, responde Farruco con un ancestral respeto por sus raíces. Dos formas totalmente distintas de encarar el baile flamenco, pero ambas igualmente válidas. Son, desde luego, dos auténticas figuras del baile flamenco actual, que, Huesca ha tenido la fortuna de contemplar sobre un mismo escenario.
Farruco procede de una estirpe flamenca con mucho pedigrí. Nieto del mítico Farruco y hermano de Farruquito y del prometedor y jovencísimo Carpeta, es perfectamente consciente de su árbol genealógico y lo defiende con un espectáculo que va a la esencia más racial del flamenco. En su actuación en Huesca estuvo acompañado por un grupo sensacional, en el que resulta difícil destacar a alguien, porque todos rayaban a una altura excepcional. Allí estaban Bernardo Parrilla (el mejor violinista del flamenco) y su hermano Manuel en la flauta, o esos dos grandes guitarristas que son Justo y Antonio Rey, el percusionista Isidro Suárez, que tuvo momentos de mucho lucimiento, y, sobre todo los dos excelentes cantaores que le acompañaban y que dignificaron de forma excelsa ese cante “patrás”, que es como se denomina en el argot flamenco a los cantaores que acompañan a los bailaores: Antonio Zúñiga y Rubio de Pruna, quien sustituyó al inicialmente previsto Simón de Marbella. Un grupo que acompañó con soltura, inspiración y duende a un Farruco bravo y arrebatador. La noche comenzó en clave de bulerías, y ya desde el principio, Farruco se mostró como una auténtica fuerza de la naturaleza, desafiante y retador, como un púgil de boxeo, como un caballo desbocado, con la energía del volcán islandés Eyjafjallajokull, pero sin su efecto devastador. Con pocas concesiones a la sutileza, Farruco sedujo y conquistó a un público entregadísimo y entusiasta, que no dejó de vitorearle en ningún momento y que se quedó absorto sobre todo en su magistral zapateado en unas soleares antológicas. Su tacón es mágico, no cabe duda. Se despidió con un aclamado bis final y al final de su actuación causó un verdadero revuelo, sobre todo entre sus fans femeninas, cuando se prestó a posar y a fotografiarse con todos sus admiradores y admiradoras.
Fuente: Diariodelaltoaragón